En 1996 un hallazgo causó polémica, una gema encontrada en un collar ceremonial del mítico Tutankamón. La joya fue sometida a una serie de investigaciones y se determinó que era vidrio, y de una fecha muy anterior a la de la primera civilización egipcia. Además, se localizó el origen del misterioso material en una remota región del desierto del Sahara, donde hallaron una serie de pedazos de vidrio sin ninguna aparente vinculación lógica con el lugar. Estos mismos pedazos de vidrio se convirtieron en un enigma científico: ¿cómo llegaron ahí? y ¿cómo se habían producido? Una nueva teoría vincula el vidrio del collar de Tutankamón con el espacio exterior. El austriaco Christian Koeberl, estableció que el vidrio se había formado a una temperatura tan alta, que sólo había una explicación para ello: el impacto de un meteorito contra la Tierra. Sin embargo, no hay signos de que, como consecuencia de un posible impacto, se haya producido un cráter, ni siquiera en las imágenes satelitales. Por su parte, el geofísico estadounidense John Wasson sugirió una explicación que se relaciona con los bosques siberianos. Cuando supe que era necesario que el cielo hubiera alcanzado temperaturas muy elevadas para que esto ocurriera, inmediatamente pensé en el caso de Tunguska, en Siberia”. En 1908 una gran explosión destruyó 80 millones de árboles en esa región. No hay evidencia de que la causa de ese fenómeno haya sido un meteorito, y en la actualidad los científicos piensan que algún tipo de objeto extraterrestre debe haber explotado sobre Tunguska. Wasson se preguntaba si una combustión aérea semejante pudo haber generado el calor necesario para trasformar ese sector del desierto del Sahara en vidrio. La pista de Júpiter Otro elemento que lleva a la formulación de la nueva teoría -vinculando el origen del vidrio de Tutankamón con el espacio exterior- tiene que ver con la primera detonación de la bomba atómica en Nuevo México, en 1945. La explosión creó una delgada capa de vidrio sobre la arena del desierto. El área en las arenas del Sahara es mucho mayor y lo que haya ocurrido allí, fue mucho más poderoso que una bomba atómica. Una explosión natural en el aire de tal magnitud era desconocida hasta que en 1994 científicos observaron el choque del cometa Shoemaker-Levy con Júpiter. El telescopio Hubble captó una gran bola de fuego incadescente que jamás se había observado en el horizonte del planeta, estallando en la atmósfera de Jovian. Mark Boslough, quien se especializa en realizar modelos computarizados de impactos a gran escala, realizó la prueba de una colisión semejante con la Tierra. El estudio reveló que el objeto que chocó pudo haber generado una bola de fuego que elevó la temperatura a 1.800 grados centígrados y dejó a su paso una estela de vidrio. “Lo que quiero enfatizar es que esta explosión fue inmensamente mayor en energía que las pruebas nucleares, 10.000 veces más poderoso”. Al igual que Boslough, Wasson cree que casos como el de Tunguska podrían repetirse cada 100 años y que su efecto sería superior al de varias bombas como las de Hiroshima. Tratar de lograr la implosión de un asteroide, al estilo de Hollywood, podría ser peor. “Es mucho más común que los científicos rastreen las piedras pequeñas antes que las grandes. La Tierra, sin duda, sufrirá otro impacto similar, la pregunta es cuándo”, afirmó Boslough.