Todos saben ahora que Alexandra Besymenskaja buscaba una raqueta de badmington un día de 1991 en el ático de la vieja casa de Moscú cuando se golpeó la pierna con una caja. En la caja había cien viejos discos de pasta con etiquetas azules que los marcaban como parte de la colección del Führerhauptquartier, la oficina del jefe. Y el jefe había sido Adolfo Hitler. La historia se supo completa años más tarde, cuando Lew Besymenski murió y su hija pudo contar a Der Spiegel lo que le había revelado. En mayo de 1945, Besymenski era capitán de una unidad de inteligencia el ejército ruso y entró al edificio en que habían estado las oficinas del partido Nazi, no se sabe si por curiosidad o con ánimo de participar en el saqueo que se produce cuando hay guerra. Sus compañeros de armas encontraron cubiertos con las iniciales de Hitler y se los llevaron como recuerdo de la guerra. Besymenski encontró varias cajas de madera en las que había platos y otros objetos caseros, y discos. “Música subhumana” “Eran grabaciones de música clásica interpretada por las mejores orquestas de Europa y Alemania con los mejores solistas de la época”, contó Besymenski en un documento que cita Der Spiegel. “Me sorprendió que hubiera músicos rusos en la colección”, dice Besymenski, porque Hitler consideraba que los rusos eran subhumanos y su contribución al arte era despreciable. Ahí había música de Tchaikovsky, de Borodin, de Rachmaninov. Y el violinista Bronislaw Huberman, que había tenido que huír cuando los nazis tomaron el poder porque era un judío polaco, tocaba el Concierto de Tchaikovsky para Violín con la Orquesta de la Opera de Berlín. Y Artur Schnabel, un judío austriaco cuya madre fue asesinada por los nazis, tocaba la Sonata No 8 para Piano de Mozart, y el bajo ruso Fyodor Shalyapin cantaba arias rusas. Hitler había señalado en Mi Lucha que “nunca hubo un arte judío y no hay uno ahora. Las dos reinas de las artes, la arquitectura y la música, no ganaron nada original con los judíos”. Pero al parecer es verdad que a Hitler le tenía sin cuidado quién había compuesto, dirigido o interpretado la música que le gustaba, como lo prueban los cien discos, algunos rayados, otros quebrados, y otros deformes por el calor o por el tiempo. Y lo confirma Rochus Misch, quien fue operador de radio de Hitler y cuenta que cuando el jefe discutía con sus comandantes le ordenaba que pusiera música para calmarse. “Se sentaba, completamente sumergido en la música”, recuerda Misch. Pero también hay que tomar en cuenta lo que recuerda Hasnkarl von Hasselbach, quien era cirujano de Hitler y contaba que “el Führer era desentonado hasta para silbar”. Fuente: BBC