Los niños menores de seis meses son capaces de distinguir un idioma de otro simplemente observando los gestos faciales que hacen las personas al hablar sin escucharlas, esto de acuerdo con una investigación realizada en España por la Universidad de Barcelona. Una de las autoras de la investigación, Nuria Sebastián, explicó que a partir del estudio, realizado con una veintena de bebés a partir de la lectura de distintas frases en inglés y en francés, se comprobó que en los primeros meses de vida los bebés “son capaces de distinguir unas caras que hablan en francés o en inglés” . Los niños sólo “ven las caras” y perciben que “unas y otras corresponden a dos cosas distintas” , añadió la responsable del estudio del Grupo de Investigación en Neurociencia Cognitiva (GRNC) de la Universidad de Barcelona. En la investigación, publicada en el último número de la revista “Science” , han colaborado además científicos de la Universidad British Columbia, de Canadá. Nuria Sebastián explicó que “ya se había demostrado que los adultos también son sensibles, en determinadas circunstancias, a la percepción de distintas lenguas, sólo a partir de la información visual” , aunque dijo que “se trata de una situación distinta”. Es diferente porque los adultos parten, en relación con esa capacidad para diferenciar una lengua de otra visualmente, de su experiencia vital para interpretar gestos visuales ya conocidos. Según la experta, entre los seis y los doce meses los bebés dejan de percibir las diferencias entre las caras que hablan en inglés y en francés, salvo aquellos niños criados en un entorno bilingüe inglés-francés; en ese caso siguen apreciando las diferencias entre unas y otras caras. Dichas habilidades innatas sólo se retienen si representan una ventaja real para aprender la lengua materna; cuando el bebé se define por una lengua en concreto deja de prestar atención a los elementos ajenos a ella y se concentra en la suya. Como parte del estudio, los científicos mostraron a los bebés (de 4, 6 y 8 meses de edad) una serie de videoclips mudos, en los que diversos interlocutores recitaban frases extraídas del cuento “El Principito” (Antoine de Saint Exupéry) en francés o en inglés. Se utilizó un procedimiento de “habituación” en el que inicialmente todos los videoclips que se presentaban correspondían a una única lengua. Cuando el interés de los niños hacia las imágenes disminuía el 60%, se los consideraba habituados a la información visual, y seguidamente se iniciaba la fase de la prueba, en la que se les mostraban los mismos rostros en igual orden, pero recitando oraciones del cuento en la otra lengua. Para determinar el interés de los niños en la fase de prueba, se controló el tiempo de atención de cada niño a la pantalla al introducirse el cambio de idioma y se comparó con el de atención dedicado en una condición de control en la que el idioma no cambiaba. Esos tiempos se registraban desde una habitación distinta a la que acogía la prueba y a donde tenían acceso los investigadores con una cámara conectada a un circuito cerrado de televisión. Se comprobó que los menores de seis meses percibían que los interlocutores habían cambiado de lengua porque sus tiempos de atención hacia los videoclips eran significativamente más largos que cuando no había cambio; esa capacidad varía, sin embargo, a lo largo del tiempo y en el contexto lingüístico en el que crece el niño.